jueves, 28 de octubre de 2010

11. Si no has puesto nunca una secadora, mejor no lo intentes cuando las instrucciones están en alemán…

Instrucciones básicas para poner una lavadora: separar la ropa de color de la blanca, poner detergente y suavizante, darle al botón de encendido, esperar algo así como una hora, parar la máquina y tender la ropa. Parece fácil pero no lo es tanto cuando las instrucciones de la lavadora están en alemán. Bien, no puede ser tan difícil. Metes la ropa, eliges un programa que así a simple vista no parezca muy agresivo y ale, a darle marcha después de intuir la cantidad de suavizante y detergente que hay que poner. Menos mal que para esta tarea te puedes ayudar de los dibujitos de la botella que, afortunadamente, son universales: una manchita, poco sucio, 20 ml; dos manchitas, bastante sucio, 40 ml; tres manchitas, casi ni te molestes en lavarlo, pero por si te empeñas 60 ml. Para tu sorpresa la ropa sale perfecta: limpia y con olor a ropa de la madre. Ahora solo falta secarla.

Te enfrentas a la secadora y aquí sí que estás jodido pero bueno, si todo el mundo utiliza el mismo programa, ¿por qué no usarlo tú también? Ya previsora decides apartar y secar en el radiador ese jersey de lanilla que tanto te gusta pero el resto de la ropa para adentro. Esperas la hora de rigor –hora y media si la secadora decide que la ropa no está lista- y sacas tus cosas. Vaya, no encuentras tus bragas y calcetines pero jurarías que los habías metido… A sí, aquí están, enredados entre las sábanas. Y normal que no los vieras: han reducido su tamaño considerablemente. Ahora son de la talla 28. Sin exagerar. ¿Y las bragas? De las bragas mejor no hablar. Solo decir que ahora mismo a una niña de 5 años le vienen a la perfección.

10. Cuando un austriaco dice no, ¡es que no! no importa que con un SI pueda evitar que tus dedos caigan congelados, ¡¡ha dicho NO!!

Por norma general, la primera vez que alguien nos pregunta algo y decimos que no, en realidad queremos decir que sí. Cuando eres pequeño tus papás te enseñan que cuando un tío o abuelo te ofrece dinero los domingos debes decir: “no, no, de verdad, no hace falta, déjelo”. Evidentemente sí que lo quieres y solo estás esperando que te vuelvan a preguntar para, entre dientes, musitar un “ah, bueno, vale, pues muchas gracias” mientras guardas la moneda del tesoro en tu bolsillo. Por si las moscas. Siempre corres el riesgo de que alguno de estos tíos tuyos sea más listo que tú y a tu primera negativa sea él el que se guarde la moneda y no la vuelvas a ver nunca más. Pero ya digo, y todo el mundo sabe, que esto raramente ocurre.

Quizá sea por esto y por otras tantas situaciones en las que la primera negativa de un español es solo la antesala del sí por lo que siempre esperamos que ocurra lo mismo. Pero no, si un austriaco te dice que no, es que no. No hay vuelta atrás y no importa los argumentos que utilices.

Mi primera negativa rotunda llegó cuando, un día gris de lluvia no intensa pero permanente decidimos ir a Mauthausen (un campo de concentración de la segunda guerra mundial). A estos sitios solo vas una vez en la vida, así que cuando estás quieres verlo como Dios manda y para ello necesitas una audioguía. Pero no, no te la dan. Aún no has terminado de pedirla cuando la amable señora menea la cabeza de lado a lado. No hay motivo, simplemente no, un ‘no’ dicho con la cara casi hinchada balbuceando palabras en a saber qué idioma. No, no, no. ‘No’ tan rotundo y que te dan ganas de decirle. “anda señora, primero tómese un Activia para eso de depurar el cuerpo y luego póngase a trabajar cara al público, hombre”. Primer propósito de ver el campo con audioguía, no logrado.

Con esto ya intuíamos que su ‘no’ es algo diferente al nuestro pero la teoría se confirmó cuando no importó que fuéramos mojados, que nuestras manos estuvieran rojas sufriendo casi principios de congelación, que tuviéramos que esperar veinte minutos bajo la lluvia que ahora era intensa ni que la temperatura fuera de cinco grados y bajando. Los austriacos tenían que cerrar, NO podían esperar cinco minutos, y cerraron. Segundo propósito de no coger una pulmonía, no logrado.

Así que el día concluyó bajo la lluvia pero, aún así, mereció la pena. Y mucho.

9. Aunque en España algún plato te salga niquelao', no intentes cocinarlo fuera, puede ser un desastre...

Es que claro, tener que ir con el diccionario a hacer la compra es lo que tiene. Te levantas animada una mañana que has decido aprovechar y cuando te dispones a tomarte tu vaso de leche para coger fuerzas, no hay leche. Entonces decides que es hora de ir a hacer la compra. Y como es de las primeras compras tiene que ser grande.

Entras al supermercado cargada con las bolsas de plástico que has decidido no olvidar más veces en casa –por cada bolsa te cobran- y te diriges hacia la primera sección dispuesta a comprar carne para hacer filetes rusos. Por no sacar el diccionario y parecer la paleta mayor, intentas decidirte por el color de la carne y compras una que, de paso, sea barata –no olvidemos que tenemos que ceñirnos a la economía Erasmus-. Así pues, cuando has cargado la carne te diriges a la sección de especias: Paprika, Pfeffer, Origano… ¡coñó, si yo solo quiero perejil! Y entonces sí, quieras o no, tienes que echar mano al diccionario. Ahí lo descubres, lo que tú buscas es Petersilie. Petersilie. Vale, lo coges y tratas de no olvidar esa palabra jamás por aquello de ir ganando vocabulario en alemán. Petersilie.

Continúas con tu compra tratando de descifrar a través de los dibujitos si el tomate que vas a comprar es frito, natural, pelado, entero, troceado o triturado… ¡cómo echas de menos el tomate Hida! Pero bueno, te tienes que adaptar a lo que hay así que compras algo. Ya luego descubrirás si has acertado –pero va a ser que no, que lo querías frito y es natural entero-.

Después de intentar comprar las cosas básicas, pagar tras no haber entendido una parrafada que ha dicho la cajera de algo relacionado con una tarjeta, subir las bolsas de la compra hasta tu habitación y meter todo en la nevera; te dispones a cocinar. Sacas la carne. ¡Mierda, huele a ternera y yo quería cerdo! Sacas los ajos. ¡Vaya, no tengo picador de ajos! Sacas el perejil ya que sabes que con eso has acertado y te dispones a hacer la mezcla. De repente, como si de una aparición bíblica se tratara, recuerdas a tu madre echando pan rallado en la carne. ¡Mierda, de eso no te has acordado! Pero bueno, no le das mayor importancia y decides que si Ferrán Adrià puede, tú también. Así que innovas, improvisas y echas harina, que seguro que no falla. Fríes los filetes y te dispones a comer después de tan dura mañana. Y no, no saben para nada como sabían en España. Es más, están malos.

Y entonces, mientras te comes esos filetes rusos –por llamarlos de alguna manera- y ves los trocitos de esa especia que tanto te ha costado conseguir te dices: “Vamos a ver si recuerdo como se llama…” y después de tres minutos pensándolo te das cuenta de que, simplemente, lo has olvidado.

No ha sido una buena comida pero bueno, seguro que mejorarán con los meses y si no es así esperaremos a volver a España a compara a nuestro querido Mercadona.

8. Vivir en un país sin mar es lo que tiene: el pescado lo ves, pero de lejos...

Una acostumbra a seguir la dieta mediterránea. Sí, esa rica en verduras, carnes y pescados que podemos tomar gracias a que España, si algo bueno tiene, es su localización. Cuando vas al supermercado –no hace falta que diga cuál, que todos nos lo imaginamos- generalmente tienes al menos diez tipos de pescado fresco que comprar: boquerones, perca, panga, lubina y dorada -¿alguien nota la diferencia entre estas dos?- salmón, trucha, emperador, salmonetes, bacaladillos… ¡El paraíso del pescado! Y si no te gusta el fresco porque prefieres tener reservas, te vas a la sección de congelados y la variedad continúa: bacalao, merluza en filetes, en rodajas, con piel, sin piel; tilapia, mero, lenguado…

No es que cuando vas a otro país te esperes tener lo mismo, pero vamos, una pequeña variedad no vendría mal. ¡Pues no! Después de recorrer el supermercado de arriba a abajo notas que falta algo…mmm… ¡la pescadería! No, no hay. Bueno, piensas, al menos lo podré comprar congelado. Eso sí. Algo es algo. Pero para tu asombro cuando estás frente al frigorífico te das cuenta de que la elección no te va a llevar mucho tiempo: ¿panga o salmón? No hay más. ¡Y a qué precios!

Si es que al final, una echa de menos hasta quitarle las tripas al pescado.

miércoles, 27 de octubre de 2010

7. La universidad no funciona tan bien como parece...

El proceso es fácil: echas una solicitud para el Erasmus, haces un pequeño examen de nivel de idioma, hacen la subasta de los destinos, si tienes suerte eliges la que quieres y experimentas una inmensa alegría. Intentas aprovechar esta euforia al máximo y es que en tu subconsciente sabes que no durará, que pronto empezarán las preocupaciones. Cuando llega ese momento, días antes de irte, te tranquilizas a ti misma diciéndote que si ambas Universidades tienen un convenio por algo será, que no puede ser difícil. Pero sí, sí que puede serlo.

Primero tienes que encontrar las asignaturas que te puedan servir para convalidar el curso entero si puede ser. Así que te pones manos a la obra y te haces un plan de estudios perfecto en el que todas las asignaturas encuentran a su igual. Plan en mano, te encuentras más segura y vas a clase porque oye, aunque no te pispes de nada, la presencia siempre es un punto a tu favor. La sorpresa viene después, cuando educadamente te diriges al profesor para decirle que asistirás a su clase y, ya de paso, si te puede hacer el favor de decirte como será tu evaluación –sí, hay que aprovechar la condición de Erasmus a ver si se les ablanda el corazón y te evalúan sin examen-. Pero no, mira, no es que no te vayan a hacer un examen en inglés o te propongan hacer un trabajo, es que, directamente, no quieren estudiantes Erasmus en clase. ¡Que no!

Así que terminas con un contrato de estudios que en común con el primero solo tiene tu nombre, lleno de asignaturas que no vas a poder convalidar y con menos créditos de los que necesitas pero… ¡para eso estamos de Erasmus! Aunque el año que viene sea duro…

lunes, 25 de octubre de 2010

6. Los perros, como todo hijo de vecino, también pagan para subir al metro -eso sí, tarifa reducida-.....

¡Si es que el metro da para mucho! Da para ver gente de todos los lugares, países y colores. Da para ver parejas de jóvenes, de mayores, de niños. Da para ver a padres que llevan a sus hijos al colegio por la mañana temprano, a estudiantes que cargan con sus ordenadores y que van desganados a clase. Da para ver a sus profesores. Como digo, da para mucho. Y también para ver perros que viajan como cualquier viajero más.

No vale mirarlos mal o pensar que el dueño podía tener un poco más de visión y no meter al animal en el metro. No vale criticar que el perrito en cuestión esté tumbado delante de un asiento y no deje sentarse a una persona. Y no vale poner mala cara cuando “fuffy” va delante de ti a la hora de subir al metro. ¿Y por qué no vale todo esto? Pues porque el perro, como cualquier hijo de vecino, paga su billete. Eso sí, una tarifa reducida como la que pagan los niños, que no estamos para tirar el dinero.

5. El 80% de los empleados del funcionariado cara al público son bordes (like in Spain)

Pues sí, sí. Los empleados públicos de aquí tampoco son lo que se dice amables. Como en todas partes del mundo, no tienen en cuenta que cuando haces cola en un edificio lleno de gente, de pie , mientras piensas una frase con sentido en alemán, intentas no ponerte nervioso para poder entender lo que te dicen y llegas a la ventanilla temblando no lo haces porque no tengas nada mejor que hacer, sino porque tienes que hacerlo. Y cuanto antes, mejor.

Tú buscas un trato amable, cercano, una persona que te ayude lo mejor que pueda porque justo en ese momento no hay nadie más perdido que tú. Así que te acercas a esa ventanilla en la que asoma la cabecita una señora de mediana edad que parece simpática. “Esta es la mía, que tiene pinta de mamá y seguro que se le ablanda el corazón al ver que no me pispo de nada”. Primer error.

Cuando ya te percatas de que la señora no es precisamente lo que buscabas, intentas no parecer idiota y prestar atención a lo que te dice. Pero no lo entiendes. Así que pones cara de póquer y balbuceas algunas palabras (pocas pero eso sí, gramaticalmente correctas, que para eso has estudiado). Segundo error. Comienzan las risitas entre amigotes y las caras de mal genio que te dicen “por qué coño vienes aquí si no entiendes el idioma, ¿a hacerme perder el tiempo?”. Pues no, no vengo precisamente a eso, pero para qué te lo voy a explicar…

Después de tan agradable experiencia regresas a tu casa algo desanimada pero, sin duda, sintiéndote un poco más cerca de casa porque de esto del mal genio en ventanilla en España sabemos un rato. Eso sí, que quede claro: aunque se hayan reído de ti, tú has logrado tu cometido y ya tienes en tu poder el bono barato del metro. ¡Ja!.

Y como este blog es muy didáctico, ahí va una lección que deberían aprender los funcionarios y todo el personal que trabaja cara al público: reírse de una persona que no habla tu idioma y que se esfuerza por expresarse como puede no está bien. Nada bien.

jueves, 21 de octubre de 2010

4. A los guiris (entendiendo por guiri todo aquel no spanish) es ponerles la Macarena, la Bamba o el Aserejé y se vuelven locos... lo que es la vida!!!

España. Altas horas de la madrugada durante una fiesta en una discoteca. De repente suena la Macarena. La gente espera un poco ansiosa que se trate de un desliz del DJ, que recobre pronto la cordura y vuelva a poner el chunda-chunda, que es lo que toca. Termina la canción. Suena el Aserejé. La gente comienza a impacientarse. Termina la canción. Se intuye la Bamba. La sala comienza a despejarse y la gente decide irse a su casa, que para escuchar la Bilirrubina ya está el tocadiscos de mi padre en casa. La discoteca pierde clientes.

Austria. Discoteca llena de guiris (entendemos por guiris todo aquel no español, aunque estemos en otro país y en realidad lo seamos nosotros). 11 de la noche. Suena la Macarena. Los guiris se desmelenan bailando –y no lo hacen de cualquier manera, que se saben la coreografía al completo-. La gente de otras salas comienza a llenar la del pachangueo. Termina la canción y la gente espera otro exitazo. Suena el Aserejé y personas venidas de todos los países europeos demuestran que esta también se la saben. Incluso cantan. “Mira lo que se avecina a la vuelta de la esquina viene Diego rumbeando…”. Acaba la canción y empieza la Bamba. La locura alcanza el máximo. Se desmelenan y disfrutan. Cantan, bailan, ríen. Es una fiesta de verdad.

Lo que es la vida. No hay quien lo entienda. Pero ojo, que no seré yo quien diga que estos temas no son buenos –aunque el Aserejé no es precisamente un temazo-, porque la Bamba, es mucha Bamba.

3. El mito de los altotes rubios bebiendo cerveza y cantando en la calle a grito pelado no es un mito......

Cuando eres pequeñito creces aprendiendo diferentes mitos, estereotipos de las personas de otros países. Así, por ejemplo, los italianos son guapos y ligones, los argentinos embelesan a cualquiera con su acento, los brasileños y latinoamericanos son ardientes y los alemanes son rubios y altos. Estos mitos están bien, pero también existen otros bastante más despectivos: los franceses tienen fama de sucios, los ingleses de borrachines y los alemanes/austriacos de bebedores de cerveza incontrolados cantando en la calle por diferentes motivos. También tenemos estos mismos estereotipos a nivel nacional: los madrileños son chulos, los catalanes tacaños, los andaluces muy salaos y los aragoneses somos cabezotas.

Pues bien, hace unos días, durante una de mis primeras tardes iba yo paseando por el centro de la ciudad embelesada mirando los edificios y monumentos cuando de repente me encontré con un grupo de rubios, altotes y guapos bebiendo cerveza como si fuera agua y cantando algo parecido al himno de un equipo de fútbol. Todavía no sé qué equipo jugaba, ni donde ni contra quien. Pero me impresionó verlos a todos allí. Un grupo de 20 hooligans vigilado por cerca de 40 policías –sin exagerar-. Hooligans ataviados en Stephansplatz, con la catedral de fondo.

Lo más importante no es que estuvieran bebiendo cerveza, sino que la bebían hombres altos, guapos y rubios mientras cantaban a pleno pulmón en la calle. Esto confirma que el mito, no es tan mito. Entonces, ¿existen posibilidades de que los demás mitos tengan algo de cierto? Puede. Para bien o para mal.

1. Si las puertas del metro se cierran, nadie se abalanza como loco a apretar el botón para que se abran de nuevo. 2. Si pierdes un metro no pasa nada, en 4 minutos exactos llega otro

Antes de viajar a otra ciudad en avión, y sobre todo si te vas de Erasmus, lo primero que miras es la conexión entre el aeropuerto y el centro de la ciudad. Llegas perdido, cansado, expectante, emocionado; y lo único que necesitas es que un metro te lleve hasta la puerta de tu casa para poder dejar el equipaje y comenzar a explorar la que será durante unos meses tu ciudad.

Tarea difícil esa de encontrar la supuesta parada de metro que viene marcada en tu mapa. Antes de perderte del todo, decides preguntar en la oficina de turismo del aeropuerto pero, para tu sorpresa, te mandan a un autobús: “kein U-bahn” (ningún metro), te dicen. Así que cargas con esas dos maletas pesadísimas que llevas (y eso que por aquello de no pagar el exceso de equipaje has dejado cosas esenciales como las toallas o la maquinilla de depilar en tu casa –y te arrepentirás de haberlo hecho-). Pues bien, como digo, coges las maletas y te dispones a buscar ese autobús al que te han mandado. Cuando lo encuentras tus planes no hacen más que desvanecerse por momentos ya que ese autobús te parará en algún punto de la ciudad desde el cual no tienes ni la más remota idea de cómo llegar a tu casa. El caso es que cuando te bajas de ese autobús, tras temer por tu vida en varias ocasiones (¡hay que ver como conducen estos austriacos!), tienes que encontrar la parada del metro.

El metro aquí es otro mundo. Para empezar, no existen esas puertas mecánicas que solo se abren cuando has metido tu billete: aquí los espacios son abiertos. Cuando ves esto, un único pensamiento invade tu cabeza: “vaya lelos, aquí me cuelo yo todos los días y no pago ni un billete”. Error. La gente de estos sitios en honrada. Y mucho. Todos pagan aunque las facilidades para colarse sean muchas. Así que si un revisor te pilla no vale con irle con el cuento de que no te ha dado tiempo validar el billete. Aquí son 80 euros y, si no, haber pagado, majete.

Ya dentro de las instalaciones sientes que has llegado al mundo civilizado. Subes a tu metro y oyes algo así como “glut blaibn bite” (meses después descubres que en realidad es “zurückbleiben bitte”, o sea, permanezca detrás, por favor). En este momento, los rezagados que llegan en el último segundo para ver como se cierran las puertas, se quedan ahí parados. Y te dan ganas de gritarles “pero venga, entrad, dadle al botón de abrir la puerta y entrad”. Pero no, ellos esperan, no se abalanzan sobre el metro intentando abrir la puerta a la fuerza mientras el vagón está en movimiento. Y es que aunque este metro se te escape, sabes que en exactamente cuatro minutos llegará otro.

BIENVENIDOS!

La vida Erasmus, la vida mejor es un blog dedicado a comentar las lecciones de la vida Erasmus en general, y en Viena en particular, que vaya aprendiendo durante me aventura. Intentaré tratar los temas con humor, así que espero que nadie se me ofenda.

Bienvenidos al mundo ERASMUS!