miércoles, 15 de diciembre de 2010

16. No te fíes de los precios de la entrada, detrás siempre hay precios ocultos

Invierno en Viena, las calles nevadas, el frío que te corta la cara y te congela las manitas pero tú, que estás aquí emocionado viviendo tu Erasmus, decides que no hay mejor plan que aprovechar las malas condiciones meteorológicas para hacer algo propio. ¿Y qué hay más propio que patinar sobre hielo? Allá vas.

La cosa es que aquí, ya lo sabes por experiencia, no hay plan barato. Pero vamos, que una vez que has pagado 6.50 euros para entrar a la pista, ya no esperas más gastos. ¡Qué ingenuidad! Cuando te dispones a que te den los ansiados patines, te encuentras con que valen otros 6 euros. Apoquinas. Y si quieres que te guarden el bolso, apoquina otro euro. Total, que la broma te sale por un pico pero una vez es una vez.

Patinar parece fácil, pero no lo es. Y es que nosotros pues no hemos nacido entre hielo y nieve. Mientras tú peleas para mantenerte en pie y adivinar la manera en la que puedes frenar cuando te aceleras contra tu voluntad, niños que no levantan más de dos palmos del suelo ya hacen derrapes en tu cara. Las primeras veces te hace gracia porque son chiquitillos, pero a la quinta vez les gritarías en la cara: “patina, patina, que lo haces muy bien. Yo no tengo hielo pero tengo playa, ¡chúpate esa, que seguro que a nadar te gano yo!”. Tras derrapar tú –sin saber cómo-, caerte y rebozarte en hielo –esto sí sabes cómo ha pasado- y sí, haber disfrutado, te vas a casa intentando seguir deslizándote por las aceras. Y es que, al final, ha merecido la pena dejarte tu fortuna.

miércoles, 1 de diciembre de 2010

15. Déjate de estudiar vocabulario raro y céntrate en lo básico: lo necesitarás cuando vayas a la farmacia.

Si es que cuando uno estudia un idioma nuevo nunca sabe como acertar. En primer lugar te centras en la gramática para intentar hablar sin errores pero, más tarde, te das cuenta de que lo que realmente necesitas es vocabulario. Y para que aprendas palabras, palabritas y palabrejas, están diseñados los libros. Tenemos la lección de fiestas, la de la familia, de la casa, de los viajes, de los pasatiempos y el tiempo libre, de la cultura, del trabajo pero ¿dónde está la lección de la enfermedad y los problemas? No, no busques, no está. Así que el día que te pones malo, estás jodido. Descartas la opción de ir al médico rápidamente solo por no buscar un centro al que ir, coger metros, pagar… Así que mejor bajas a la farmacia, que para eso la tienes cerquita de casa. Si ya de normal tu mente va lenta a la hora de hablar, aún es peor cuando la fiebre no te deja pensar. Intentas explicarle a la farmacéutica lo que te pasa y dado que las palabras no es que no te salgan, es que no las sabes, recurres al idioma de los gestos que, afortunadamente, es universal. Es así de simple: no sabes explicarle que toses con mocos y que te duelen las anginas pero sabrías decirle a la perfección que en tu tiempo libre lees, viajas y haces fotos; y que tu casa tiene tres habitaciones, cocina y dos baños además de jardín y balcón. Pero eso no viene al caso.

Gracias a la paciencia infinita de algunas personas (que no todas, ¡ojo!) con los guiris (entendiendo aquí por guiri a mi misma), consigues tus medicamentos y te vas a la cama sintiéndote un poco imbécil por no haber podido explicar una cosa tan simple. Sólo te queda dar las gracias al sistema de enseñanza de idiomas.