miércoles, 29 de junio de 2011

23. Como todo en la vida, el Erasmus también termina.

Parece que fue ayer cuando llegué y ya estoy haciendo las maletas pero es que sí, el Erasmus también termina. Todo el mundo –o casi todo- afirma que el año Erasmus es el mejor de sus vidas así que tú no esperas menos ni de la ciudad ni de la gente con la que te vayas a topar. Sin embargo siempre hay ciertas reservas y miedos.

Hay días buenos, malos y regulares. Hay momentos felices, tristes, divertidos, melancólicos. Pero todos y cada uno de ellos merecen la pena. Durante todo este tiempo maduras, aprendes a valorar cosas que antes no valorabas, a tolerar aquello que no tolerabas y a ver la realidad con otros ojos. Te das cuenta de que adoras el clima de tu pueblo, de que como la comida española no hay ninguna, de que eres menos cariñosa de lo que pensabas y de que necesitas tener a tu familia cerca. Caes en la cuenta de que te gusta la puntualidad, la comida picante y el pescado; de que odias el individualismo y de que España es la madre de todas las fiestas.

Y ahora, mientras cierro la maleta llena de ropa y de recuerdos, echo la vista atrás y me doy cuenta de todo lo que echaré de menos. Echaré de menos poder ir a la ópera por 3 euros –aunque requiera estar tres lindas horas de pie-, el apfelstrudel, caminar por el centro de la ciudad, ver el Danubio y bañarme en él, tumbarme a cualquier hora en cualquier parque, el pequeño huracán que trae consigo el metro al llegar a la estación, la cuenta atrás del semáforo de mi calle, los taxis en fila esperando una llamada, el olor a pizza en cada rincón, viajar a Praga, Budapest, Cracovia o Salzburgo; los bocadillos del Billa hechos a medida, el eiscafe, las cenas internacionales, las comidas a la española –a las tres de la tarde y con paella y jamón, por supuesto-, beber vino blanco porque la economía no está para más, el “zurück bleiben” que te gritan en el metro, subir a la colina del Schönbrunn, las cervezas de medio litro, la Sachertorte, tener tres estaciones en un solo día, Praterdome, los vendedores de revistas, el periódico Heute, pagar 2.60 por un café, escuchar el alemán a diario y un sinfín de cosas más pero, sobre todo, echaré mucho de menos a todas esas personas que han hecho que este año sea inolvidable e irrepetible.

Así que sí, ahora puedo decir que este ha sido el año de mi vida. ¡Gracias!